“El trabajo de estos medios (dominantes) en todo momento ha sido siempre el de preparar el monstruo de turno, que se imponga con sus pelos y sus uñas, apoyado por los yanquis, por supuesto. Un monstruo que se cubra con el bello traje de defensor de los derechos humanos, de la libertad y el progreso, y se cargue a los que atenten contra las ideas de los poderosos. Estos monstruos quedan petrificados ante la historia como una necesidad de cada época, pero lo que importa es que sean los que salven al sistema capitalista. Por ejemplo, ¿para qué se glorifica hoy a Salvador Allende y se desprecia al dictador que le asesinó, si a fin de cuentas lo que impera en la sociedad chilena son los valores del sistema neoliberal impuestos por Pinochet? ¿De qué servía en el pasado de la cuarta República, honrar con miles de estatuas la memoria del libertador Simón Bolívar, si cuanto imperaba políticamente era todo lo opuesto a su pensamiento, a su lucha, a sus dolores, a sus tormentos?”.
Las putas de los medios
Toma el golpe de Estado de abril de 2002 para denunciar, en un estilo polémico y mordaz, tanto la sórdida realidad que define las relaciones de producción en el interior de los medios de “comunicación” privados, como el cinismo con que son usados para la manipulación psicológica. Para esto se sirve de una provocadora analogía con la prostitución: explica cómo funcionan esos refinados y crueles burdeles; identifica a sus proxenetas y describe tanto sus modus operandi, como sus motivaciones; plantea la situación de aquellos que por ambición, cobardía, necesidad o amedrentamiento han sido o se han dejado reducir a cortesanas, pero también de aquellos que se resisten; analiza la situación psicosocial de sus clientelas mientras da cuenta de cómo son enganchadas al consumo. Al respecto de todo esto, el autor procede como quien se levanta en una asamblea pública para afirmar con conocimiento de causa y sin pelos en la lengua: “Yo acuso”.