
Es un ensayo desafiante donde se analizan los distintos planteamientos respecto de la violencia experimentada en esa Venezuela de los años sesenta cuando los grupos antiimperialistas comenzaban a levantar su voz de protesta. Un texto enriquecido por los referentes sociales de esos momentos que dieron pie a la violencia expuesta por el autor como fenómeno surgido de una doble vertiente: a) desde las políticas opresoras nacionales e internacionales; b) como respuesta necesaria de los dominados. Araujo se centra en dos ámbitos muy bien delineados: “la violencia presenta dos frases: la violencia feudal y la violencia imperialista”. Esta doble óptica sirve al lector para apropiarse de herramientas que lo ayudarán en la batalla de las ideas, especialmente con la proposición que descubre la intención discursiva de la obra toda: “Muchos se sentirán defraudados de que aquí no aparezcan ni el dictador Pérez Jiménez, ni Rómulo Betancourt, ni Leoni como padres de la violencia; a lo sumo quedan como hijos legítimos o bastardos de una violencia que los tuvo a su servicio”.
“Venezuela violenta se proyecta hacia nuestro presente con toda la fuerza de su interpelación: el destino social de quienes han padecido secularmente la violencia ha comenzado a cambiar de verdad por primera vez en nuestra historia. Y ellos son los auténticos autores de ese cambio tan necesario como impostergable: es el Pueblo dándose poder a sí mismo. Pero no es menos cierto que la batalla contra la violencia estructural y estructurante está muy lejos de haber terminado. Incluso podemos decir que ha experimentado una mutación a la que podemos caracterizar así: la emergencia de una nueva clase, de una nueva oligarquía, y la entropía diseminada a todo lo largo del tejido institucional como producto de la contrarrevolución burocrática”.
Gonzalo Ramírez Quintero