“Si la poesía es la magia de nombrar nuevas realidades, y siempre a partir de aquéllas que conforman nuestra cotidianidad, entonces éste es, sin duda, el libro de un poeta. Desde los basureros hasta los cadáveres, pasando por los mendigos, los suicidas, la echadora de suertes, las viudas y las falsas beatas, los animales, los objetos e incluso los conceptos, todos dejan oír su voz, que se abre paso a través del smog existencial, latente en todas las grandes urbes del planeta. En esta suerte de concierto polifónico, de rítmica dramatización poética, que busca el refugio de los parques y cuyo auténtico espacio es en realidad el interior de nosotros mismos, se compendian todos los registros emocionales: la angustia, la esperanza, la nostalgia, la lucidez, la frustración, el misterio, en fin, el humor; la poesía misma, en suma, y las realidades que ésta trasciende”.
Gregorio Bonmati
El tema de la ciudad en la obra de Juan Calzadilla es una escritura latente y recurrente. El escritor adopta el espacio urbano para crear una ficción descriptiva en donde se evidencia que la ciudad posee múltiples formas y sentidos: es caos, la deshumanización y la alineación son símbolos persistentes dentro del libro. Sin embargo, el habitante necesita elaborar un ámbito interior y preciso en el cual puedan alternar las dos voces: la propia y la de la ciudad. Estos poemas confirman el interés del autor por mantener esos dos espacios en comunicación a través de una escritura que imita a la ciudad sin perder la estética de lo cotidiano, el poeta no solo personaliza a la urbe, sino que termina advirtiendo: “La ciudad no admite fáciles adjetivaciones/ Aquí el viento pasa de largo/ turbio como aliento de perro”.