
(Cuentacuentos)
“La primera idea que me asalta es que no son mis cuentos, son de los pemón, de su tradición oral, a ellos les pertenecen. La segunda idea es que, de ninguna manera, este trabajo tiene pretensiones antropológicas. Son sencillamente la razón para dibujar tepuyes, selvas y sabanas; arcoíris, nubes y cielos; personas que son pájaros y árboles que son personas; rocas parlantes, tucusitos en busca de una flor y acures que viajan dentro de troncos huecos en un mundo alucinado; anacondas gigantes y cerros que se abren para dibujar una tierra que me ha impactado quedándose pegada al cuerpo como una nueva capa de piel, utilizando los colores del cuero sutil de la boa tornasolada con la que los pájaros se cubrieron en el tiempo de Piá, cuando todo lo nombrable era humano”.
Hanneke Wagenaar
El valle de Kamarata ha otorgado el imaginario y la justificación de su propia geografía, ha dado a sus habitantes, los pemones, el concepto sagrado de seres y energías naturales. Esa relación es ancestral e íntima y se encuentra recogida en estos relatos. El valle les dicta los acontecimientos de su existencia: un tucusito no pierde la esperanza de encontrar a la amada en el rostro de una flor; un barranco inmenso tiene la forma de una serpiente que devoraba hombres y animales en un tiempo lejano; un piasán se convierte en pez para atraer el alimento necesario a la aldea. Los relatos cumplen una función pedagógica, el tiempo no existe, no hay fechas, solo el suceso mítico que comienza ”en el tiempo de los ancestros cuando todo era humano, en el tiempo de los abuelos, en los tiempos cuando todos los animales eran humanos”. Estos cuentos recogidos por Hanneke son las ensoñaciones de esas lecturas, sobre todo de una tradición que sigue manteniendo la oralidad como parte de su cultura e identidad; con ese propósito fueron escritos, Algunos son propios, otros simplemente pertenecen al valle de Karamata de donde el libro toma su nombre Pandón ekamanín (cuentacuentos).