
“Una noche oscura como un ataúd por dentro, cuando la luna aún no criaba conejos de humo ni los rayos imitaban a las centellas, Kai, príncipe de las flores, con sus pantalones de ajedrez y su sombrero de mariachi solitario, salió apresuradamente de casa a buscar algún remedio para Sinchi, su abuelo jaguar de dos metros de altura, que estaba vagabundo y postrado en una cama de hormigas, porque se había puesto mal, muy mal de la garganta.
Tenía adoloridos sus rugidos, que es lo más sagrado, como si tuvieran miedo o terror de enfrentarse al mundo moderno, y por ese motivo su belleza radiante disminuía lentamente, las manchas doradas de su piel iban desapareciendo de forma misteriosa, cosa que no está permitida para un jaguar milenario de dos metros de altura.”
Sinchi y Kai
Que alguien tenga como mejor amigo a un jaguar de dos metros es algo bastante inusual y sorprendente, que ese jaguar se enferme y empiecen a caérsele las manchas es para sabernos ante lo asombroso, pero que el jaguar resulte ser al mismo tiempo su amigo humano, jaguar y hombre un solo ser, ya parece una alucinación de una realidad paralela distante, sueño de magias posibles cuando se duerme con los ojos abiertos y las palabras desbordadas. Sin embargo, acá está la prueba de que sí es posible, y no lejos, sino en las páginas de este libro raro que ofrece además otros cuentos mutantes, donde un bigote poderoso se enamorará de un frágil bigote rosa, un viejo de doscientos años avanzará hacia atrás en busca de sus recuerdos, una niña que recoge naranjas encontrará un dragón volando sobre su cabeza y otras cosas extrañas pasarán, con el más espléndido desparpajo.