
En esta obra se le canta a la morada, a los rincones desde los cuales se va haciendo el hogar, al espacio tangible del hábitat, y al desprovisto, el de los sueños. La casa ha sido desde siempre materia para la literatura, a manera, en gran parte, de refugio, pero también como velero o canoa para el viaje. En otros ámbitos como espacio fantástico, sin tiempo ni lugar, imaginario o siniestro. Casa tomada llamó Julio Cortázar a una de sus narraciones más emblemáticas. Una casa donde todo va quedando, y todo se va yendo, nos regaló César Vallejo en No vive ya nadie. Y La caída de la casa Usher deslumbró a Edgar Allan Poe. Acá, tras las puertas, nos espera el imaginario de los poetas, el festejo con sus amigos, las palabras volcadas en reflejos, y todo aquello olvidado en signos y reencontrado para el canto, para la imagen y su contenido instantáneo, fotográfico. El autor nos revela las voces que han nacido bajo los techos y entre las ventanas de estos aposentos, evoca los seres imaginarios y reales que los habitaron, el pálpito humano que les dio forma, y sus paisajes cotidianos y prodigiosos, haciendo de estas páginas una historia personal en cada poeta, y una residencia para el encuentro y todas las hechuras de su ceremonia.
“Y yo te digo: cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una tumba. Solo que la casa se nutre de la vida del hombre. Por eso la primera está de pie, mientras que la segunda está tendida”.
César Vallejo