
“Aunque conozco el ají chirel desde hace casi setenta años y como tal lo registra Lisandro Alvarado en uno de sus glosarios, no vaya a buscar la palabra “chirel” en el honorable Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) porque no lo va a encontrar. Habremos de invitar a los miembros de la vetusta entidad a una comida aliñada con este fruto para que entiendan a través de la lengua —no la española sino la que tenemos dentro de la boca— que el chirel sí existe y pica que jode.
Pero mientras tanto y dando tiempo a que aprendan, obsequio estos chirelitos literarios a mi gente que es más avisada y sabe que el chirel pica al entrar y pica al salir.”
Eduardo Sanoja
Chireles reúne más que ideas, pensamientos y más que pensamientos, visiones de vida, navegando entre las aguas de lo universal y contundente y lo personal y relativo. Todos estos poemas entremezclan gamas de picor: los más picantes son los verdaderos chireles, otros no tan picantes son más suaves, otros con más o menos humor e ironía son más grotescos y prosaicos, otros son cínicos, descreídos o amargos, varios reflexionan en aprendizajes plenos de positivismo y algunos cursan memorias tristes o felices o avivan lo político y lo nacionalista. No vienen en orden y su centro es el coloquialismo irreverente y el sabor popular que canta a la identidad en común, a lo propio. Estas variantes de chireles hablan de una esencia. Siguiendo su juego, quizá podrían ser un nuevo subgénero creado por el autor, y entonces, así como existiera la literatura por y para el lenguaje sencillo y sincero, como dice el autor, también existiría lo opuesto, los textos que vacilan en ir contra las falsas éticas y los pruritos inútiles.