“El libro es el fruto más bello del árbol, y el hijo puede ser, a fin de cuentas, el proceso mediante el cual se regresa a la tierra para parirse árbol. Está contenido en este aforismo, suerte de haiku y oración, todo el propósito de un escritor que no se engaña, que intenta la verdad.
Pocos autores importantes de nuestro tiempo, regodeados ellos en la mentira, la tercera persona y el engaño, han aportado tanto a la literatura como Juan; pues si Juan habla del deslave de Vargas, ha ido a vivirlo; si la porquería lo inunda, la ha palpado con seguridad en sus manos; está bajo los escombros de la ciudad para hablar de ruinas, y con esa delicadeza íntima del genio, del loco, del niño, se para frente a los estudios de Arturo Michelena y nos señala los trazos delicados, luego sus pinceles y su paleta, en tanto les sigue dando vuelta a los colores, a los dibujos, a los poetas y a su retórica. Él es sin duda una obra de arte que nos mira, intentando convertirnos en obra.
Estos aforismos son balas que Juan ha decidido disparar contra la multitud. Seguiremos vivos al recibir el impacto, pero la vida ya no será nunca más la misma.”
Larry Mejía
El invencionario insaciable
Juan Calzadilla es un inventor de poesía: nada en un trazo (el lápiz, la tinta, la mancha, la luz de la laptop) permanece como fulgor común de la literatura. Siempre ve más allá de los medios, los desborda. De la ternura, del sentimentalismo corriente, desconfía. Es otro su afecto por la piedad humana: la ironía, la semisonrisa, el descreimiento, la duda. Igual postura “lírica” asume respecto a la lógica poética –o simplemente platónica o cartesiana–. Por eso es lúdico, ser transversal. Está por lo común alterado por la expresión grave o austera. Sí, es un inventor insaciable. Su obra, además, es invasora: es un dibujo, es un aforismo, es una narración indescifrable y, por tanto, realista, o sea, invisible.
Luis Alberto Crespo