
Es precisamente en Baudelaire en donde el simbolismo como movimiento poético halla a su hijo más vivaz y temerario. El poeta construirá su obra precisamente sobre las bases de este movimiento que de alguna manera emergía y encontraba sus fuerzas en el romanticismo que ya languidecía por la falta de creatividad. La poética de Baudelaire es el contorno silencioso que irrumpe con la textura del nácar y la premura del lirio en los abismos amarillentos. Quizás en el último rapto de lucidez que la sífilis le permitió, Baudelaire fue el cancerbero apocado de su propia poesía que se negaba a ser sol y pan y solo buscaba ser pétalos marchitos y podredumbre. Tal vez su poesía nazca de la impronta alelada de los cientos de copas de ajenjo que quemaron sus labios y encendieron su pluma febril. Trastabillando en Montparnasse, elude el poeta todo menos la palabra encendida del fuego feroz de la bohemia, siguiendo el rumbo con la bitácora somnolienta de su propio infierno de dulzura y transparencia. Esta selección de textos (realizada por el poeta argentino Rodolfo Alonso) del parisino Baudelaire será un misal para ovacionar a los dioses que se bataquean en la calle y en el bar, en la sombra y en la intemperie. Será un cancionero ruin de la música de los cielos rotos y de la carne agonizante.
“Nunca me resultó fácil referirme a Charles Baudelaire (1821-1867). ¿Qué necesidad de comentario alguno tiene quien ha conseguido devenir, en letra y cuerpo, en persona y en obra, ardiente paradigma y evidencia viva, belleza contagiosa de la palabra humana y contagiosa tragedia de nuestra humana condición? “Genio es aquel cuyas palabras tienen más sentido del que él mismo podía darles, aquel que, describiendo los relieves de su universo privado, despierta en los hombres más diferentes a él una especie de recuerdo de lo que él está diciendo”. Aunque esas palabras de su compatriota, el filósofo existencialista Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), no lo aludan explícitamente, sin duda bien pueden aplicársele. ¿Y entonces, si él ha logrado encarnar, a sabiendas o no, a conciencia o por deriva de su ser más legítimo, su propio enigma y su destino propio, si en sus palabras están vivos su luz y su misterio, qué necesidad hay de comentario alguno?”.
Rodolfo Alonso