“Es necesario concientizar que, para ser un eficaz servidor público, tanto la identificación como la compenetración con la función a desarrollar, así como la sensibilidad social, son elementales en un cuadro revolucionario; entender que no se puede construir fuerza política sin construir fuerza social.
Los cuadros políticos de esta era necesitan concebir su trabajo como un ejercicio en función del cambio social que soñamos, en el cual los sectores populares, sus anhelos y sus luchas no sean los grandes ignorados; donde el dirigente, el funcionario, el cuadro político que necesitamos en este momento no pueden ser cuadros con mentalidad prepotente, de sabelotodo. Porque no se trata de conducir un rebaño de ovejas. El dirigente y el cuadro político deben ser fundamentalmente pedagogos populares, capaces de absorber, aprovechar y potenciar toda la sabiduría y experiencia que existe en el pueblo, entender el problema del otro, así como saber para qué y para quién se trabaja. Esto ayuda a ser más proactivo, preocupado y diligente en el cumplimiento del compromiso social. No se puede ser socialista ni revolucionario si en las funciones que nos corresponde actuamos como reaccionarios, con criterios clasistas, excluyentes, y a veces hasta racistas.”
José Ramón Blasco Graterol
Con total honestidad y con honda preocupación por saber lo trascendental que resulta no perder esta oportunidad histórica, el autor propone un conjunto de críticas y propuestas para la discusión por parte de las bases y para la toma de decisiones que permitan corregir el rumbo de quienes ocupan cargos estratégicos. Con la mirada limpia de quien ha dedicado su vida a construir fuerza social para edificar la Patria nueva socialista, reivindica la validez de la autocrítica como herramienta para subsanar las fallas recogidas en las trincheras donde se libran las batallas del día a día. La participación protagónica del pueblo sigue siendo el único recurso valedero para acabar con “el divorcio que aún perdura ‘entre el que piensa y el que hace”. Hoy más que nunca se hace urgente la exhortación del “Guameño”: “¡Oigamos la voz del pueblo!”.