“Desde luego, Núñez sabía, obviamente, que los árboles constituían parte fundamental de la naturaleza venezolana y americana. Eso lo había comprobado en el propio desenvolvimiento del tiempo. Quienes se ocuparon de esa cuestión le habían dado mucha relevancia al fenómeno: Alejandro de Humboldt, por ejemplo, aquel andariego incansable, en sus viajes de 1799-1804 por estas tierras equinocciales; lo habían resaltado igualmente aquellos primeros estudios botánicos que llevaron a cabo José María Vargas y Fermín Toro, como también los efectuados por Juan Manuel Cajigal y Adolfo Ernst en el decimonono. Y en el siglo xx, a partir de 1917, está toda la labor científica de Henri Pittier. Y sin embargo, lo que estaba en el tapete no solo era la dimensión natural, de por sí grandiosa, por lo que guardara cuantitativa y cualitativamente. No era el paisaje por sí mismo. Era el mundo social de los hombres, las relaciones que se establecieron en donde las plantas entraban, sin poder eludirse o detenerlas, y pasaban a incorporarse en la historia de los acontecimientos, tanto los extraordinarios como los correspondientes a la cotidianidad. Y desde ese marco histórico se iban integrando a la mirada entretejida por la cultura. De lo que se trataba era de los árboles como signos, como una suerte de palpables documentos, en los cuales quedaban marcados los pasos sociales de los hombres. En el fondo conformaban una especie de libro, donde podría leerse el comportamiento de los seres humanos y el desplazamiento apremiante de una cultura. Ese sería el sentido y la razón que tuviera Núñez en 1948 cuando dijera: “La historia de Caracas, de Venezuela, en los últimos cincuenta años, puede escribirse a la sombra de sus árboles cortados”. Pues se trataría de la historia de una ausencia, de una carencia, de una minusvalía.”
Trino Borges
Reúne diversos artículos de opinión publicados por Enrique Bernardo Núñez en la prensa nacional. En estos breves textos expone su genuina angustia ante la tala de los árboles y el avance del concreto: “la historia de Caracas, de Venezuela, en los últimos cincuenta años, puede escribirse a la sombra de sus árboles cortados”. De esta manera, clara y concisa, se nos expone la relación que guarda la dimensión natural con el mundo social de los hombres; nos ilustra un tiempo donde las plantas se incorporaron al acontecer cotidiano e histórico. Finalmente, nos alerta y llama a la reflexión frente a la desoladora concepción “de que el progreso y el desarrollo se fundamenta en el cemento y la cabilla”.
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