
"En este mundo de fábula que nos dejaron a quema estampa los cronistas, no fue la menos importante, entre las artes, la poesía; y si poco se habla y se conoce, cabe decir que fue la más combatida por los religiosos, que la encontraron pecaminosa, frutal, solar, embanderada de misterios y magia, diabólica, en una palabra, para su gusto ascético, sus dogmas y teologías. Se prohíbe cantarla –toda poesía se cantaba entre los indígenas–, o bien declamarla al compás de sus músicas, y cuando no se prohíbe, es sometida a la previa censura de los párrocos. Nada o poco va quedando de ella. Pasa oralmente de una generación a otra, enseñada por los mismos poetas, a falta de alfabeto, o bien escondida púdicamente en las tablillas y libros en forma de acordeón, fabricados con finísimas cortezas de árbol; escondida, como tórtola, en los dibujos que se tienen para recordarla..."
Miguel Ángel Asturias
La poesía siempre ha surgido de la música y, como tal, del canto para reunir y congregar a un pueblo, ante sus misterios, su pasado, el contacto con los dioses y el júbilo de la vida en general. A través de este libro, Miguel Ángel Asturias nos traza un sendero por los paisajes de la poesía y la cultura maya quiché y azteca (el interior y el exterior, el cósmico y el terrenal) que, a pesar de la aspereza y la distancia de nuestra lectura, logra dibujarnos ciertas claves que, una vez abordadas, abren panoramas que desde la primera llegada del blanco (y de la impostura eclesiástica) fueron sesgados de nuestro profano devenir. A pesar de esto, los textos contaron con la mano rebelde de algunos misioneros que se dedicaron a recopilar las voces de aquellos que entonaban los poemas que son memoria que no se pierde, y que es, sobre todo, la voz eterna de pueblos eternos.