(Colombia, 1950)

Abogado y escritor. Entre algunas de sus ocupaciones podemos mencionar las de asesor internacional de la Cátedra de Literatura Infantil “José Martí” con sede en Caracas, Venezuela; catedrático de Literatura Infantil y Juvenil en la Universidad de San Buenaventura de Bogotá; y la de consultor de la Unesco-Cerlalc para la promoción de la lectura y la divulgación de literatura infantil y juvenil en América Latina.

Es coautor del libro Promoción de la lectura en la biblioteca y en el aula (Unesco-Cerlalc y Ministerio de Educación Nacional de Colombia). Exmiembro del Comité Ejecutivo de la Aclij (Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil) seccional colombiana de la IBBY (International Board on Books from Young People).

Ha sido director de talleres sobre metodología, promoción de lectura, literatura infantil y juvenil, crítica literaria, conferencista y lector de cuento y poesía en: Ecuador, Venezuela, Panamá, Nicaragua, Cuba y Colombia.

Entre los premios literarios otorgados: Premio Nacional de Novela Infantil con la obra Catalino Bocachica (1979), Premio en Concurso Internacional de Cuento Pola de Lena, España (1980). Con Alfaguara ha publicado: Catalino Bocachica (1990), Fortunato (1994) y Kataplum plam pluff (2002).

Imagen de archivo

Coralito

Coralito

DC2018001490

"Ese lunes, Coralito despertó más temprano que de costumbre. Cachetadas de agua lo golpeaban con insistencia meciendo su maderamen al ritmo endemoniado de los vientos de enero. Le dolían los riñones de babor y estribor. ¡Pero claro! Llevaba una semana ganando todas las competencias de regatas. Era el velero más veloz de todo el Caribe.

Coralito estaba contento. No tanto por los triunfos. Siempre los tuvo desde el día que nació en un pequeño astillero de la bahía de Cartagena de Indias. Era porque estaba solo. Su dueño había salido del país y no volvería antes de quince días. El tiempo justo para realizar un viejo sueño: ir a la capital.”

Coralito

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Juan Periquito en tercer grado

Juan Periquito en tercer grado

DC2018001630

“El niño, que parecía autista, la seguía mirando como si no fuera con él, cual si estuviese solo en su habitación, con una inexpresiva cara que colmó la paciencia de la empleada.

—¡¡¡Por qué no me contesta, Luis Fernando!!!—estrelló la mujer un grito contra los ojos del niño.

—¡¡¡Porque no me llamo así!!! —contestó con un berrido que retumbó en toda la casa.

—Ah no, ¿y entonces cómo se llama? —se calmó un tanto Belén al constatar que Luis Fernando, por lo menos, no se había vuelto mudo y que lo que quería era jugar un rato.

—Me llamo Juan Periquito —contestó.

Cansada de gritar y preocupada porque el niño estaba a punto de perder el transporte del colegio, Belén no quiso discutir.

—Bueno, Juan Periquito o como se llame, baje ya si no quiere irse en ayunas.”

Juan Periquito en tercer grado

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El delirio de los huevos del gallo

El delirio de los huevos del gallo

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“Lo que más me impresionaba de Roberto era su manía de electrocutar mariposas negras. Con las de colores no se metía, porque era un esteta, decía él. Yo tenía trece años, y aún no sabía la semántica de su expresión pero, conociendo a Roberto, pensé por mucho tiempo que esteta era una grosería. Bueno, la verdad tampoco sabía en aquella época la semántica de la palabra semántica. No obstante, tenía que solidarizarme humilde y calladamente con él, o mejor con su letal divertimento vespertino (siempre lo realizaba al caer la tarde), porque los ritos importantes son amigos de la penumbra, decía el cruel adolescente chamán, cuando en lugar de mariposas negras, las cuales solo aparecían en el Barrio en vísperas de la muerte de un familiar, según afirmaba mi madre, Roberto ajusticiaba sin fórmula de juicio (después lo haría con guerrilleros, como mayor del Ejército) a cuanto ratón caía en sus manos.”

El delirio de los huevos del gallo

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