En la pobreza y humildad nació un pequeño pueblo llamado Punta Cardón, de nobles pescadores; en un clima árido, con muchas brisas esparcidas, pero donde había todo lo que un ser humano necesitaba para vivir: amor, paz, trabajo y un inmenso mar. Es un hecho histórico que alguien escriba y que otros lean. Este libro a la razón contará su propia historia, llena de personas brillantes, orgullo para nuestro pueblo, para el paraguanero y para el estado Falcón. Leerán un libro que aspira a ser fascinante para el lector, lleno de crónicas, de muchas experiencias y de nombres quizás relacionados con nuestras propias familias.
Acudir a la memoria y atar a esa memoria los recuentos testimoniales para describir lo que ha sido la historia de un pueblo humilde y emprendedor, enclavado en una península con forma de cabeza humana que es la mayor saliente en el norte que tiene el territorio venezolano: es esa la forma singular en que está escrita esta obra. Las palabras de un colega local, Guillermo de León Calles, definen Punta Cardón. La huella de un pasado como el aporte a la cultura nacional y local que es: “… Punta Cardón, a las claras está, no puede pasar un instante de su vida sin desenterrar La Botija. A veces la nostalgia se les revela en forma de debudeques horneados por el barro, o como un Salvador Tremont, soltando versos en el bar Zenith, del recordado negro Fresser. Y es que ese barrio, agujereado por las filtraciones petroleras, tiene casas completas en la memoria de los que la habitaron y cuyo testimonio está en las décimas del ‘Tinche’ Blanco, y en las melancólicas y alegres a la vez, composiciones de Frank Calles. La Botija, de esta manera, emerge a flor de tierra y de garganta. Lo de este terruño cardonense, tan bien tratado por uno de sus radiólogos sentimentales, Samuel López, es palabra repetida que no cansa. Reposición de los mismos capítulos sin que se ahoguen en las marejadas del tiempo.