Se sabe: la realidad suele superar la ficción, sobre todo en contextos sociales enrarecidos por la violencia del hampa común y criminal. No obstante, la sentencia sirve también en caso contrario: la ficción subvierte el crudo realismo cuando toma como base para sus historias el cotidiano enfrentamiento de delincuentes contra sujetos indefensos, con interés de revelar algunas de las pulsiones que atizan al homicida, al ratero, al narcotraficante. En esta Última página. Cronicuentos, Igor Delgado Senior opera como paciente observador de esta lucha diaria, pero no desde una perspectiva que busca denunciar torceduras civiles, sino con la mirada de un prosista que sublima las circunstancia reales para transmutarlas en una galería de personajes y peripecias aterradoras, horripilantes y, en ocasiones, tragicómicas. Así, las breves piezas que integran este libro –cuyos argumentos han sido entresacados, en apariencia, de la prensa escrita– corroboran la sabiduría de un autor que logra convertir pavorosas escenas del mundo en relatos que trascienden la mera referencia, en situaciones locales y cercanas. Sin duda, una regia lección de narrativa.
“La cámara de Pasolini –de hallarse entre la anécdota– hubiese atestiguado la indignación de la comunidad, las nuevas lágrimas de las mujeres viejas, el arrebato vuelto consigna y un cielo de nubes angostas.
(La cámara virtual enfoca a una Ligia llena de pequeños silencios, que muestra las pruebas del estropicio: la falda rota, dos moretones en los brazos. En primer plano, un jergón; detrás, varios afiches del cantante Ricky Martin. Paneo de los detalles del cuarto, ruido de un celular, groserías en sonido de fondo).
‘¿Quién fue, Ligia del Carmen?’, preguntó la anciana mayor. ‘¿Quién fue, quién?’, repitió el coro de La Nada. La muchacha, tras una palidez infinitesimal, dejó caer el nombre de Gervasio”.
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