
En El día en que un cometa chocaría con la Tierra. Crónicas de Altagracia de Orituco, Pedro Calzadilla Alvarez vuelve al lugar de donde nunca se ha ido, allí se entiende con unas voces, un tiempo, algo que no es posible en los documentos del Archivo General de la Nación, ni en el Archivo Arquidiocesano de Caracas, ni en otra institución dedicada a conservar la palabra escrita por encima de lo humano y lo divino. Esta vez el viaje, lo escrito, se enraíza al oído y la memoria le ofrenda lo vivido mientras alguien le dicta desde otra luz lo sagrado de un zaguán.
Al contrario de algunos cronistas que sueñan ser historiadores, el autor de estas crónicas sin dejar de ser el historiador que todos conocemos, apuesta y ordena su fe memoriosa en un género aparentemente menor para dar cuenta de un lugar radiante al que él llama y escribe Orituco. Este viaje a la semilla tan vivo en nosotros -mucho antes de Carpentier- en las aguas de Amalivaká podría ser la urdimbre de unas palabras y el fervor de alguien que ama en demasía su origen y desea dejar en la memoria de los suyos, el relámpago del ser y los seres que alguna vez ocuparon el centro vital de su presencia en el mundo.