Por: Juan Carlos Torres

El viejo nos había llevado en un singular viaje a través de un
tiempo sagrado sin siquiera movernos de allí.
Wilfredo Machado

 

Hay escritores con una habilidad innegable, se podría decir, atinados al momento de usar las palabras adecuadas; sin aspavientos ni miedos en llamar a las cosas por su nombre. Su escritura está llena de atrevimiento. Esta osadía es la que, por lo general, los hace dar un paso adelante frente a sus contemporáneos. Me atrevo a decir que Wilfredo Machado está entre este grupo de escritores.

La Fundación Editorial El perro y la rana tuvo la dichosa oportunidad de trabajar con él. No solo en la edición de la novela que reseñamos en esta oportunidad, sino también de disfrutar su presencia entre nosotros gracias a una temporada de labores que compartió en estos espacios. Su presencia jovial y dicharachera, su elocuencia y creatividad, aderezaron nuestra convivencia en una atmósfera de buen humor del cual solo puedo guardar recuerdos agradables. Así que pido disculpas a los lectores de esta nota, si por momentos mis palabras son demasiado personales.

Wilfredo Machado es oriundo de la tierra de Guachirongo, donde los distintos matices crepusculares de sus atardeceres encienden no solo el hermoso cielo larense, sino que aviva la llama de la imaginación de sus habitantes, cuenteros por naturaleza. Este personaje, escritor comprometido con su oficio, tiene con qué destacarse como hombre de las contemporáneas letras venezolanas. Ha participado en varios certámenes donde ha logrado el digno reconocimiento que merece. Concurso de Cuentos de El Nacional (1986), Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (1995), Premio de la Fundación para la Cultura Urbana (2003), Premio del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, mención Literatura (2009). A su vez, ha publicado Contracuerpo (1988), Libro de los animales (1994, 2003), Poética del humo (2003), Diario de la gentepájaro (2008), Corazones sombríos y otras historias bizarras (2014) y el cuento gráfico La noche de Prometeo (2015).

Diario de la gente pájaro es la primera novela del Wilfredo Machado y hasta ahora la única publicada. Los personajes principales de esta historia son Alfred Russel Wallace y Henry Walter Bates, dos famosos naturalistas y exploradores ingleses, que realizaron juntos una expedición al Amazonas en 1848. A partir de este dato histórico, la pluma de Wilfredo comienza a navegar sobre las aguas del río Orinoco y sus afluentes, desplegándose una historia fantástica que se esfuerza por reconstruirnos de manera dramática los distintos avatares y desmanes de dicho viaje.

Internándonos en la selva, la escritura se densifica de la misma manera que los bejucos, árboles y fauna que nos va describiendo, haciendo una simbiosis maravillosa y aterradora entre la biodiversidad donde se adentran los exploradores y las palabras usadas para retratar el paisaje y los eventos que ahí se desarrollan. Wilfredo tiene esa cualidad en su oficio como escritor y lo demuestra en cada una de sus publicaciones: mezcla sin pudor el cuento corto con la narrativa y la poesía; se burla con fino humor negro de todo, especialmente de la academia en un gesto que podríamos definir como solidaridad con el lector; hace y deshace lo que todos queremos hacer y no nos atrevemos por cobardía, falta de imaginación o recursos literarios; dice lo que quiere y lo hace bien. De esta manera, continúa la narración en una profusión de palabras y descripciones de elevada calidad poética, logrando sumergirnos en un arrebato delirante donde la historia encontrará sus elementos más elaborados, fascinantes y demoledores.

No es extraño encontrarnos en la obra de Wilfredo con una inclinación natural por la figuración zoomórfica como recurso literario, quizá debido a una fuerte pulsión atávica que lo une con ese hombre primitivo que, conectado con su entorno, veía en el universo animal los distintos lazos que nos unen y separan, los cuales se conjugaban en la figura de algún tótem.

Es en este punto de la historia cuando aparece la gente pájaro:

… el más viejo de los chamanes se quedó, por un momento, mirando el cielo y luego comenzó a hablar con parsimonia y a mover los brazos en el aire como si volara, representando el vuelo de un gran pájaro (…)  Al principio no entendíamos nada, pero, poco a poco, el movimiento rítmico y pausado nos atrapó y comenzamos lentamente a seguir el hilo de una historia que el anciano construía con su cuerpo (…) Fue así como conocimos las antiguas leyendas de los pájaros y las partidas de cazadores que se extraviaban bajo la cúpula de los grandes árboles y que nunca más aparecían. Los viejos culpaban a una raza de enormes pájaros que habitaba en la selva profunda, y que sólo aparecía para raptar a los hombres que se aventuraban por las sendas que construían los tímidos pasos de las dantas. Una pluma de colibrí seguida de una garra de ave –más grande y fuerte que una mano humana– precedía el ataque.

La expedición continuará su marcha, sumergiéndose cada vez más en lo profundo de la selva. Si ya eran presas del miedo y el desgaste del viaje, la plaga y las dificultades naturales del bosque húmedo tropical, su racionalidad se verá profundamente afectada tras el encuentro con el mundo y la sociedad de la gente pájaro. La narración alcanza sus matices más delirantes hasta la misma alucinación, si podemos hablar de alucinación. Sin perder la lucidez y coherencia de la historia, la lectura nos envuelve en un universo mítico primigenio donde el tiempo se diluye y deja de existir o, mejor dicho, deja de importar dentro de los parámetros de aquello que creemos real o imaginario, racional y lógico, yuxtaponiendo el pasado, el presente y el futuro, como si se tratara de las escamas de un pez.

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