Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco, 1931). Poeta, ensayista, dibujante, promotor cultural y crítico de arte venezolano. Fue miembro fundador de El Techo de la Ballena (1961-1969). Su obra es extensa e inquieta, con influencias del movimiento vanguardista. Fue director de la Galería de Arte Nacional (2011-2041). Premio Nacional de Artes en 1996, Premio de poesía Leon de Greiff en 2016 y Premio Nacional de Literatura en 2017.

 

Ítaca

Es más fácil llegar para el que está dentro

que para el que viene de afuera.

No es menester que avance lentamente

o a la carrera, que sepa la dirección o que la averigüe.

Ni que dé muestras de estar llegando, liviano o exhausto,

a campo traviesa, por avenidas, bosques o encrucijadas.

No importa el medio de transporte, lento o acelerado,

ni la velocidad a que hace el camino

ni el paso de las horas.

Bien enterado del sitio, no necesitará cruzar la calle

ni abrir la puerta para informar, como Ulises,

que ha llegado.

Y para que, adentro, en el hogar, estén junto a él,

convocados, al calor del fuego, unos brazos,

unos labios, unas miradas.

Bastará con que esté en su casa

para saber en ese mismo momento

que sin necesidad de venir afuera,

ya ha llegado,

ya ha llegado.

 

 

El poeta cachorro

Lo que experimentaba con más fuerza

cuando iba de paseo por el campo era

el sentimiento de irresponsabilidad.

Un hombre que lleva, metido en un saco,

a su gallo de pelea, sabe a dónde va. También

la mujer que protege a su bebé con un pañuelo

de colores, mientras intenta mantener

el equilibrio en medio del bamboleo del camión,

sabe a dónde va.

Los tipos agachados en un rincón de la plataforma,

guarecidos bajo el encerado para protegerse

del inclemente sol, dicen con sus gestos,

sin molestarse en confesarlo por el camino,

que sabe a dónde van.

Y a todos les creeríamos.

Sólo el muchacho que mira irresponsablemente

hacia todos lados sin perder detalle del paisaje

sabe a dónde no va.

Puesto que su meta es la inmensidad.

 

 

La muerte de Reverón

¿Por qué tomó tan extraña decisión

de irse a vivir a un litoral desierto

donde el lento y acezante mugido del oleaje,

embistiendo contra las rocas,

rompe el silencio de la playa

y el viento que silba entre los almendrones

lima la aspereza de las hojas del uvero?

El erizado mar y la picada montaña,

los cocoteros, los dioses, los monos, las quebradas,

el bramido de la espuma salpicando las piedras,

supieron al fin que recibir aquel huésped irónico

significaba no hacer cómplices

de quienes, para usurpar sus dominios ancestrales

no abandonaban sus hábitos ciudadanos,

sus chequeras, sus mal habidas ganancias,

su colts, sus automóviles último modelo.

Reverón prefirió sus demonios internos

al halago de ver canjeadas sus pinturas

por una cuenta bancaria.

Y murió pobre.

La locura no avasalla

sino a los que saben, por haberla poseído,

arrancarle alguna estrella.

Y así, aunque la naturaleza nos impida combatirla

para librarnos de sus garras salvo cuando el sueño termina y la tiniebla llega,

padecer la locura es también prueba

de que aun en la mayor soledad y en la miseria

a un hombre puede estarle reservado

por un instante ser un dios o un demonio.

 

 

Comienzo de partida

El camino se recorre así mismo.

No eres tú el que lo recorre.

Tú te recorres a ti mismo

así camines de arriba abajo

dejando atrás fronteras puentes

cuerpos alegrías y penas. Claro

que no debes hacerte ilusiones

pensando en que partes o retornas.

O que abres camino.

Éste comienza y termina en ti mismo

Y recorrerte es todo lo que haces.

 

 

El brillo y la palabra

Desconfía de lo que brota repentinamente

pero también, y aún más, de lo que necesita

mucho tiempo para madurar.

No sobes tanto, decía a su alumno

el profesor de escultura. Y a continuación,

terminada la obra: “Si pules demasiado

obtienes sólo el brillo”.

 

 

 

 

 

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