“La esencia está en la poesía”

Ana Enriqueta Terán

Por A. Mijares

El cuatro de mayo de 1918, el cielo se ensañaba con truenos, ventarrones y ríos crecidos. Así vino al mundo “la niña del tiempo”, entre cañaverales de azúcar en la ciudad de las siete colinas, Valera. La familia tenía vocación humanista. Su infancia estuvo marcada por la influencia de su madre: ‘‘Verla a sus ojos, su reciedumbre, era descubrir la casa entera, su fortaleza (…). En mi casa, de sus labios, aprendí a disfrutar del Siglo de Oro”.

Desde muy pequeña tuvo inclinación hacia la literatura: lectora voraz y escritora de versos que dejaba plasmados en sus cuadernos. Andrés Eloy Blanco, el poeta del pueblo, estando en el exilio recibió una caja de galletas llena de hojas. Al leerlas se quedó tan impresionado que le dijo a la madre de la niña: “Comadre, tenemos una poeta, aquí tenemos una poeta”.

Ana Enriqueta fue una viajera incorregible, vivió en Puerto Cabello, Valencia, Caracas, Margarita, Morrocoy, pero nunca olvidó su montaña natal. Dejó su país para cumplir funciones diplomáticas como agregada cultural en las embajadas de Venezuela en Uruguay y Argentina. “Mi poesía usa coturnos de sombra en vez de las ágiles sandalias del primer tiempo. Porque el del Sur es otro tiempo”. En Montevideo, tuvo la oportunidad de hacer amistad con la poeta Juana de Ibarbourou.

Su poesía tiene dos vertientes, el soneto y el verso libre. Ejercitó con maestría la forma clásica del soneto como la manera de rendir homenaje a los poetas que leía desde niña: “El verso libre me solicita y voy a él con respeto y autenticidad. Sin embargo, no abandono las formas clásicas; no las abandonaré nunca”.

En 1952, Terán abandona la diplomacia para dedicarse a la poesía. Recorre Europa y se instala en París por dos años, allí conoce al pintor español Pablo Picasso y el pintor surrealista cubano Wifredo Lam. Decide residenciarse en el hermoso pueblo de Jajó, la perla de los Andes, en 1980. Esa “casa de hablas” funciona como museo histórico, dada sus características de arquitectura colonial y por ser inspiración de sus poemarios.

Después de su primer libro Al norte de la sangre (1946), vendrían: Verdor secreto (1949), Presencia terrena (1949), Testimonio (1954), De bosque a bosque (1970), Libro de los oficios (1975), Música con pie de salmo (1985), Casa de hablas (1991), Albatros (1992), Construcciones sobre basamentos de niebla (2006), Autobiografía en tercetos trabados con apoyos y descansos en don Luis de Góngora (2007), hasta Vestidura insumisa paloma leve (2016), editado por la Fundación Editorial El perro y la rana.

Su poética “se nutre en caldos oscuros en antesalas de esplendor”, de lo sensual y sensorial. Reconocía que se enfrentaba al vacío a través de la palabra porque “me salvaba, y aún me salva de lo real”. La poesía de Ana Enriqueta Terán ha sido reconocida con el Doctorado Honoris Causa en Educación concedido por la Universidad de Carabobo en 1989. Al año siguiente, le fue conferido el Premio Nacional de Literatura.

Su obra poética es una de las más sólidas y prolíficas de la literatura venezolana. Ocupa un lugar relevante en la poesía femenina junto a Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño y Luz Machado. Este año se cumple el centenario del nacimiento de la poeta que “cumple medida y riesgo de la piedra de habla”. Aunque deseaba cumplir los cien años partió el 18 de diciembre de 2017 para descubrir ‘’la noche en el plumaje del otoño’’. La niña buena cuenta hasta noventa y nueve y se retira. La niña mala cuenta hasta noventa y nueve y se retira. La poetisa cuenta hasta noventa y nueve y se retira.

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