El arte es una de las posibilidades de salvación del hombre.

Ernesto Sabato

 

Era una fría noche en Rojas, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Un pueblo lleno de inmigrantes españoles e italianos, de apenas cinco mil habitantes. Giovanna Ferrari sentía como su vientre palpitaba, sabía lo que se acercaba. No era la primera vez, su décimo hijo estaba por nacer. Otro varón. Decidió llamarlo Ernesto, como su noveno hermano que había muerto hacía poco tiempo.

El 24 de junio de 1911, día de San Juan Bautista, nació Ernesto Sabato. Un hombre de una sensibilidad extrema, con una cercanía profunda hacia el otro. Más tarde, se convertiría en un escritor reconocido, preocupado por la vida, en especial la de los jóvenes. Un eterno defensor de la humanidad pero esto aún no lo sabía ni siquiera lo sospechaba.

La infancia de Sabato en Rojas estuvo marcada por la actitud férrea de sus padres en la crianza de sus 11 hijos. “Pero esa educación, a menudo durísima, nos enseñó a cumplir con el deber, a ser consecuentes, rigurosos con nosotros mismos, a trabajar hasta terminar cualquier tarea empezada”[1]. Creció en un entorno con un paisaje difícil donde siempre se sentía una gran nostalgia.

Su primera crisis existencial llegó cuando apenas tenía 12 años, al separarse de su familia para ir a La Plata a continuar sus estudios. Ernesto era un chico tímido e introvertido que, además, era de campo y se enfrentaba a una gran ciudad. Fue una época llena de tristeza y lágrimas, de una lucha para adaptarse a un lugar que le era desconocido y el cual le dejó la imagen del “sonido de los cascos de caballos y de las chatas por el empedrado”[2].

El primer llamado de la literatura

La vocación literaria de Sabato estuvo presente desde que era un niño. Luego de terminar la primaria ingresa al Colegio Nacional de La Plata para culminar su bachillerato. Allí conoce a Pedro Henríquez Ureña, la persona que sería un pilar fundamental en su educación literaria. Ernesto siempre le tuvo un cariño y respeto irrestricto a su profesor. “A él le debo mi primer acercamiento a los grandes autores, y su sabia admonición que aún recuerdo: «Donde termina la gramática empieza el gran arte»[3]. Comienza a leer los mundos de Salgari y Verne. Se sintió atraído por los rusos: Dostoievski, Tolstoi, Chejov y Gogol.

Edelmiro Calvo, profesor de matemáticas, fue otro hombre importante en su vida. A través de él conoció el mundo de los números y los teoremas. “Cuando yo descubrí las matemáticas encontré una gran paz, un orden que yo necesitaba en medio del caos”. Sabato siempre hará referencia al refugio que fueron las matemáticas para calmar las dolorosas angustias de su alma.

El autor de El Túnel durante su adolescencia se volcó a escribir sus pesares en cuadernos y diarios que años más tarde quemaría para no dejar ningún rastro. Ya esa edad creía que “la vida es un equilibrio tremendo entre el ángel y la bestia”[4]. Era un apasionado del fuego, su segunda novela Abaddón el exterminador se salvó de las llamas gracias a la intervención de su esposa Matilde Kusminsky.

El militante

Ernesto ingresa a la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad de La Plata para cursar la carrera de Física. Allí comienza a tomar conciencia sobre la injusticia social y a vincularse con grupos comunistas y anarquistas. En 1930 se produjo el primer golpe militar en Argentina y Sabato tuvo que ingresar a la clandestinidad por su militancia en la Juventud Comunista para finalmente  escapar de La Plata y así evitar la captura de los represores.

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Sabato está cabizbajo, con la mirada fija en algún punto del piso, sus pensamientos convertidos en una vorágine. Su voz se quiebra cuando quiere hablar sobre su huida a París para salvar su vida. Los miembros del Partido Comunista notaron ciertas críticas de Ernesto contra la ideología y deciden enviarlo a las Escuelas Leninistas de Moscú, pero primero debía asistir al  Congreso contra el fascismo y la guerra en Bruselas, perro de allí se escapó.

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Ya a salvo en la capital francesa, Sabato visita una librería y roba un libro de análisis matemático. Los números volvían a su vida. Regresa a Argentina para terminar su doctorado. Luego le conceden una beca para trabajaren el Laboratorio Curie, donde trabajó junto a Irene Joliot-Curie en 1938. Sabato entra en contacto con Wilfredo Lam, pintor cubano. Y a partir de allí con “el grupo surrealista de André Bretón: Oscar Domínguez, Féret, Marcelle Ferri, Matta, Francés, Tristan Tzara”[5].

La nueva crisis por la que pasa Ernesto lo llevó a alejarse de la ciencia. “La ciencia y la técnica escindieron al hombre y todo fue separado de todo: el cuerpo del alma, la fantasía de la realidad, el hombre del cosmos”[6]. En 1939 fue transferido al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), por lo que abandonó París antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En 1943, ya en Argentina se aleja de forma definitiva del área científica e inicia su recorrido por el camino de sus dos grandes pasiones: la literatura y la pintura.

El científico escritor

Ernesto Sabato tiene mucho de buena gente, amigos y conocidos dan fe de esta virtud. Pero tampoco se queda callado ante nada y hasta puede resultar polémico. No titubea al decir que “un hombre debe luchar por sus ideas a fondo, con toda entereza y responsabilidad”[7]. Habló del “boom latinoamericano” como producto del mercadeo, sin embargo, no niega la importancia de las obras de García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes.

Su primer libro, Uno y el Universo, publicado en 1945, es una serie de artículos filosóficos en los que critica la neutralidad moral de la ciencia y alerta sobre los procesos de deshumanización en la sociedad. El túnel (1948), una novela psicológica y existencialista, aparece en la revista Sur después de ser rechazada en varias editoriales. Tal es su fama que Sabato recibe una carta de Albert Camus para ser publicada en francés por la editorial Gallimard.

Sobre héroes y tumbas (1961) narra la historia de una familia aristocrática argentina en decadencia, intercalada con relato intimista sobre la muerte del general Juan Lavalle. Es considerada como una de las mejores novelas argentinas del siglo xx. Su tercera y última novela, Abaddón el exterminador (1974), en la cual Sabato se incluye a sí mismo como personaje principal y retoma a algunos de los personajes ya aparecidos en Sobre héroes y tumbas. También escribió ensayos, antologías y conferencias.

Se escribe para contar lo sucedido, para exorcizar demonios y porque se necesita decirlo. Es el fundamento de la ficción. Para Sabato, la literatura le permitió “expresar horribles y contradictorias manifestaciones de mi alma, que en ese oscuro territorio ambiguo pero siempre verdadero, se pelean como enemigos mortales”[8].

Una carga pública

El presidente argentino Raúl Alfonsín se reunió varias veces con Ernesto Sabato pero este no quería aceptar ningún cargo porque odiaba la burocracia. La astucia de Alfonsín lo hizo considerar hacerlo como “una carga pública”, es decir, aceptar responsabilidades que implicaba realizar un servicio al país, en consecuencia nadie podía eludirlas.

Raúl Alfonsín creó, el 15 de diciembre de 1983, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) para contribuir al esclarecimiento de los dolorosos hechos producidos en el país sureño como consecuencia de la acción represiva desatada por el régimen militar liderado por Jorge Rafael Videla e instaurado en 1976.

El presidente convocó a varias personas para integrar la Comisión. El difícil trabajo duró nueve meses y fue ad honorem.  Sabato fue elegido presidente de la Comisión por unanimidad y escribió el prólogo del informe de la CONADEP donde expresó su firme convicción de que “la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán los hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado”[9].

Las pérdidas

El poeta César Vallejo en unos versos expresó que “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios”. Ernesto Sabato pasó por uno de los momentos más difíciles que puede sentir un ser humano: la pérdida de un hijo. Jorge Federico Sabato murió el 10 de febrero de 1995 en un accidente de tránsito. El escritor mencionó en una reunión con amigos que “si no creyera que hay algo después de la muerte no podría sobrevivir a Jorge”[10].

Matilde Kusminsky, a los 19 años, se escapó de su casa para irse con Sabato. Fue su compañera inseparable y la que salvó varios de sus textos de las llamas. Aunque tuvo otras relaciones extramatrimoniales, Matilde Sabato ocupó toda su vida. Tres años después de la pérdida de su hijo mayor, Matilde muere luego de una dura y larga enfermedad que la dejó postrada durante años. Ernesto se expresó de ella “como la mujer que dio su alma y su vida por mí. Fue siempre mi primera lectora, la más severa, pero también la más cariñosa”[11].

La vista empezó a deteriorarse, le impedía leer y escribir. Por eso, se dedicó de lleno a la pintura y tuvo la oportunidad de exponer sus cuadros. Pertenece “a esa clase de hombres que se han formado en sus tropiezos con la vida”[12]. Ernesto Sabato, murió el 30 de abril de 2011 a los 99 años en Santos Lugares, a causa de una neumonía. Fue enterrado junto a su esposa e hijo. Así dijo adiós un hombre que se sabía humano y pudo convivir con sus luces y sombras.

Sabato demostró que el destino siempre nos conduce a lo que teníamos que ser.

Por A. Mijares


[1] Sabato, Ernesto. Antes del final.  Barcelona: Editorial Seix Barral, 2004.
[2] Ídem.
[3] Sabato, Ernesto. Antes del fin.  Barcelona: Editorial Seix Barral, 2004.
[4] Sabato, Ernesto. La resistencia. Buenos Aires: Booket, 2006.
[5] Sabato, Ernesto. Antes del fin.  Barcelona: Editorial Seix Barral, 2004.
[6] Sabato, Ernesto. Libros y liberación. Caracas: 18 de noviembre de 1975.
[7] “Entrevista a Ernesto Sabato”. A fondo. TVE. Madrid. 3 de abril de 1977. Televisión.
[8] Sabato, Ernesto. Antes del fin.  Barcelona: Editorial Seix Barral, 2004.
[9] Nunca más: Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Buenos Aires: 1984.
[10] Constela, Julia. Sabato, el hombre. Buenos Aires: Editorial Suramericana, 2011.
[11] Ídem.
[12] Sabato, Ernesto. Antes del final.  Barcelona: Editorial Seix Barral, 2004.

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