¿A quién puede sorprender que Adelis Fréitez haya nacido en el estado Lara?, el llamado estado musical de Venezuela; lugar de origen de una infinidad de creadores, no sólo en el campo de la música sino en una amplia gama de manifestaciones culturales.

Tampoco debe sorprender entonces que la obra de Fréitez, en especial la que abarca su talento como compositor, haya sido adoptada en todo el país como una muestra fidedigna de lo extensa y variopinta que es la cultura venezolana.

Fréitez y su talento no se limitó únicamente a la creación desde una posición aséptica sino que siempre reflejó irreverencia, una viva y una activa resistencia cultural; muestra indiscutible de la claridad con el que el fundador de Carota, Ñema y Tajá, inestimable contribuyente al acervo cultural venezolano como ninguno, entendió su rol en este plano.

Tuvimos la oportunidad de acercanos aún más a Adelis al editar su libro Vivir para cantarla, ese increíble texto autobiográfico que nos lleva en un viaje por su niñez y su juventud y que nos permite tener otro entendimiento de su persona y del país que transitó, y que transitamos todos, cada vez que de manera casi instintiva, como si ya fuese parte de nuestro material genético, entonamos alguna de las letras que plasmó en su extensa y prolífica carrera.

Ahora que ha partido de este plano material, seguramente no nos sorprenderá que su voz y su pluma continúan siendo el acompañante de nuestras rutinas; nuestras celebraciones, nuestro canto y baile; de nuestra voz como una nación en constante lucha.

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