Da la impresión que en la literatura nada le es ajeno. Se hizo poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista, editor. ¿Existe un género que se le resista a Gabriel Jiménez Emán? ¿Qué le falta por escribir?

Teatro, me falta escribir teatro, que me parece el género más difícil, porque los personajes tienen que ser verosímiles, sean del tipo que sean, tienen que tener carnalidad, peso específico humano, deben tener fluidez en lo que dicen y hacen, deben ser rotundos en lo que hacemos o pensamos los seres humanos en un tiempo y un espacio determinados, y a la vez trascender ese tiempo, deben ir más allá del tiempo de su contexto y hacerse universales, porque ese es el reto del teatro, que los personajes atraviesen el tiempo como si el tiempo les perteneciera, como si estuvieran hechos de tiempo. Pienso en Shakespeare, pero también pienso en Ibsen y en Brecht y pienso en Artaud, pienso en Alberto Savinio y en su teatro metafísico, pienso en  el teatro de Pessoa que es una maravilla, y en el del cubano Virgilio Piñera. A veces cuando escribo novelas me pongo en la situación del dramaturgo; en la novela es imprescindible el elemento teatral, porque la novela se desarrolla en escenarios que suelen ser sociales, escenarios de época para desarrollar sus tramas. Por eso es tan importante el teatro, pues él es el espejo rotundo de una sociedad, y en cierta forma lo hemos sustituido por el cine, el cine es como un teatro filmado, un teatro al que se le han agregado una serie de elementos  previamente editados, para que cumpla su papel de transmitirnos mensajes simultáneos y complejos, como nunca antes.

Ahora bien, mi trabajo de antologista lo he ejercido porque me apasiona la investigación, pues si no investigo la tradición de mi tiempo o de mi propio país tampoco puedo ubicarme yo mismo, sino conozco los escritores o pensadores que me antecedieron tampoco puedo comprender lo que yo hago, y también porque esas investigaciones pueden ser útiles para otros lectores, para otros investigadores. Ahora lo otro, la poesía, la novela o el ensayo surgen de necesidades anímicas, vitales o intelectuales distintas, son formas diversas de acercarse a las realidades que nos rodean a través de la palabra, y cada una de ellas requiere de un tratamiento diferente.

 

Es notable la influencia de su padre, Elisio Jiménez Sierra, en su vida y obra literaria. ¿La vida artística fue una orientación propia o fue inculcada por su familia?

 Yo creo que ambas cosas, porque mi padre fue un escritor con una vasta cultura clásica, que se nutrió mucho también de la literatura romántica y de literatura modernista, y eso fue muy importante para nosotros, digo, para toda mi familia que siempre estuvo marcada por la lectura, por el estudio y por la investigación; todos mis hermanos escriben y leen, son artistas, poetas, músicos, educadores o lectores; tengo una familia muy hermosa, tengo esa suerte, y con ellos siempre he tenido un diálogo muy profundo acerca de la vida, porque es un diálogo donde entra la bohemia, la calidez, la música, la cocina, la alegría, todo de una manera muy espontánea. Además mi padre  fue un hombre a quien le gustó mucho compartir con otros escritores, artistas e intelectuales, y nuestra manera de relacionarnos con ellos fue a través de la efusión, de las fiestas en la casa, de la celebración nocturna, de un azar muy hermoso que es el que ha venido formando lo que realmente somos nosotros, personas sensibles a las manifestaciones del arte, la pintura y la música, pues mis hermanos y hermanas son también eso, personas sumergidas en  mundos constructivos, filosóficos, por decirlo así, de una filosofía natural de la vida, todos sin excepción, de modo que nos hemos influenciado a nosotros mismos  Israel, Ennio, Elisa Elena, María Auxiliadora e Inmaculada, todos a nuestra manera fuimos creado un mundo alrededor de mis padres. Narcy, mi madre, era una gran narradora, una gran echadora de cuentos, que desde su mecedora tejía y destejía las historias más hermosas y sublimes, y las historias más pícaras. Yo creo que yo salí narrador por ella, por ese placer que ella sentía de relatar cosas, sucesos y también cosas inventadas de allá de San Felipe, donde está nuestro terruño.

 

¿Qué significa la poesía para Gabriel Jiménez Emán?

La poesía no se deja definir de una sola vez, de una sola manera, ella es cambiante como la propia vida, la poesía puede ser una respuesta al asombro de existir,  es como la esencia de todo, la nada mágica, el lenguaje reinventado, la poesía puede ser la mejor utopía del lenguaje o una conversación que tenemos a diario con Dios, porque es absurdo preguntarse si Dios existe o no: Dios simplemente es, está ahí todos los días en forma de pájaro, de nube, de árbol o de cielo, y la poesía es eso también, la poesía es un  pájaro, una flor o una nube, pero a menudo se halla oculta en las cosas, en la esencia misma de las cosas y de repente surge cuando la nombramos, a través de imágenes propias de un lenguaje otro cuando la captamos en un cuadro, en una película o en una obra musical, en un canto, en un tañido de cuerda o una nota de saxofón, en las lágrimas  de una madre, en la piedad de un hombre joven hacia un hombre viejo, en la mirada de un niño a un gato, o en la mirada de un gato a un niño. Yo he ensayado por ahí varias definiciones de la poesía, definiciones que juegan con imágenes atrevidas, con metáforas literarias o filosóficas, y siempre puede surgir algo interesante (Pueden ser vistas en La poesía puede ser).

De lo que sí estoy seguro es de que la poesía no es un conjunto de palabras más o menos hermosas, dichas con énfasis romántico o leídas en tono rimbombante, la poesía no es eso; en cambio, la poesía puede estar en el fondo de una novela, de una obra de teatro, de un cuento; la poesía no es un género literario, ni es un método para hacerse notar socialmente,  para lograr el prestigio, el éxito o la consagración literaria, sino para reconocerse a uno a sí mismo como ser humano e ir buscando pistas de cómo llegar a ser, o de cómo poder ser en el mundo, a través de la invención permanente de un verbo trasmutado, de las posibilidades de la palabra cuando ésta se subvierte y se convierte en otra cosa, en algo situado más allá de la contingencia, más allá de lo fenoménico.

 

Harold Bloom en La angustia de las influencias afirma que todo poeta sale de la admiración que siente por otro poeta antecesor. ¿Cuál(es) poeta(s) admira y ha(n) influenciado en su obra?

Puede ser que Bloom tenga algo de razón, pues esa admiración que podemos profesar hacia determinado poeta no necesariamente se va a ver reflejada en tu obra de modo directo, ni tienes porque considerarte a ti mismo un discípulo de aquel poeta que tanto admiras, o que aquello va a determinar tu propia personalidad poética; la verdad creo que no, que más bien intentas diferenciarte de aquel poeta a través de un lenguaje tuyo, un lenguaje propio que te sirve para expresar tu propio mundo. Creo que a eso se refiere Bloom cuando habla de la angustia de las influencias, que quizá ahí se presenta una especie de síndrome anímico en cuanto te das cuenta de que estas siendo influido de manera tajante por ese poeta que tanto admiras, y entonces intentas alejarte de él para no tener más aquella marca. Siempre me gustaron Walt Whitman,  Edgar Lee Masters y Wallace Stevens. Y Charles Baudelaire que es el príncipe de los poetas, y Paul Verlaine, “el horrible Verlaine”, el más exquisito de Francia, y Rimbaud el gran rebelde. Los poetas hispanoamericanos que yo más admiraba cuando era muy joven eran César Vallejo y Vicente Huidobro –y así sigue siendo—Huidobro es un poeta cósmico-espacial y Vallejo un poeta terrenal-metafísico– y muchos otros poetas de la vanguardia surrealista, como Paul Eluard, y también a los poetas beatniks, a los poetas de la Beat Generation norteamericana, Ferlinghetti sobre todo, y también Fernando Pessoa y Dylan Thomas. De los poetas venezolanos contemporáneos a quienes más admiré y cultivé su cercanía humana fueron Juan Sánchez Peláez y Vicente Gerbasi, y después a Ramón Palomares, a quienes tuve la dicha de conocer y de compartir con ellos momentos exultantes, como ocurrió con Víctor Valera Mora, con quien tuve una amistad muy estrecha. He admirado a muchos poetas, a Borges, Paz, Gelman, Teillier, Parra, hay innumerables poetas posteriores que me marcaron y luego tienes que alejarte de ellos literariamente, para poder construir tu propio mundo, tu propia posibilidad.

Julio Cortázar dijo que la novela debe ganar por puntos y el cuento debe ganar por knockout. A usted se le conoce por su maestría con el minicuento. ¿Qué le atrajo de este género? ¿Cree que el minicuento debe ganar por knockout fulminante?

 ¡Ja, ja, ja! ¡Sí, claro! El cuento breve es como un relámpago de la imaginación, donde deben confluir para mí varios elementos: la sorpresa, el absurdo, el humor, la sátira, la ironía. Yo creo que el minicuento se ha ido construyendo con el concurso de varias formas literarias, él es una forma camaleónica que se mimetiza con la glosa, la noticia, el chisme, la crónica, la fábula, el cuento y el ensayo, toma de todos ellos elementos y los mezcla de un modo en que el lector forme parte de esa construcción, que el lector se sienta parte de él.  Y en ese sentido tiene la vitalidad singular de la cultura popular, de la cultura viva de la calle. Ahora el minicuento está aún más valorado porque va parejo con la rapidez del mundo contemporáneo, se adapta a lo vertiginoso de la vida urbana, se cuela en las redes sociales, en el Twitter, en Facebook, en el correo electrónico, se mete en las habitaciones por debajo de las puertas, y ese sentido es algo positivo, el algo creativo. Aunque también tiene sus peligros porque se puede volver demasiado mecánico, se puede volver como una especie de fórmula. No podemos descuidar su tratamiento verbal, que tiene que ser artístico, tener una estética; la brevedad sirve para hacer parodias inteligentes, para hacer juegos intelectuales complejos, sintetizados; no cosas fáciles, porque las cosas fáciles las tenemos todos los días a vuelta de hoja en los malos periódicos y en la televisión.

 

Conoció a la mayoría de los autores del boom latinoamericano. Mantuvo amistad con José Lezama Lima, Augusto Monterroso y Eduardo Galeano. Conoció a Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos. ¿Qué le dejaron estos autores?

Sí, conocí a algunos de ellos, y llenaría varios libros con las enseñanzas que he tomado del conocimiento de estas grandes figuras. De Lezama me impresionó su vasto conocimiento de  la poesía de América y del mundo, y del universo barroco, pero sobre todo su profunda humildad cuando lo conocí allá en su casa de La Habana y me dedicó sus libros, me concedió una larga entrevista y me confió poemas inéditos, su profunda diafanidad y sabiduría para acercarnos a los clásicos, modernos y simbolistas. Yo lo considero un gran poeta, un poeta que escribió una gran novela y extraordinarios ensayos como los de La expresión americana y Tratados en La Habana.

Rulfo es otro de ellos, de los grandes silenciosos, es una suerte de antítesis de Lezama, su obra es mágica y sintética, de apenas cuatro o cinco libros. También conocí a Monterroso, otro maestro de la sutileza, de quien estuve muy cerca epistolarmente; Monterroso fue el gran sucesor de Rulfo –ellos eran muy amigos– y yo soy de varias maneras un discípulo de Monterroso, como puede usted ver. Pero cuando escribí mis primeros cuentos cortos en 1971 no conocía aún a Monterroso, se lo aseguro; fue una casualidad feliz haber leído después La oveja negra. Creo que no lo defraudé. No conocí a Roa Bastos, pero si conocí a García Márquez, que era un gran humorista, una persona ocurrente y genial como persona y como escritor y que casi siempre estaba de buen humor, con muchos nexos con nuestro país, una persona feliz, creo yo.  A Onetti lo vi dos veces, una en París y otra en Caracas, y en ambas lo acompañé a bares por la noche con otros amigos bebedores de buenos tragos. Cortázar fue realmente inmenso, una personalidad que crece en el tiempo. A Cortázar lo conocí aquí en Caracas cuando vino a presidir el Tribunal Russell y a protestar contra los crímenes en América Latina, porque si algo caracterizó a Cortázar además de su talento como escritor, fue la solidaridad hacia los procesos antiimperialistas en América Latina. También a Carlos Fuentes lo conocí aquí en Caracas y presenté un libro suyo, Biografía de la novela en el Foro Libertador de la Biblioteca Nacional; son escritores realmente extraordinarios. También adopté como a uno de mis padres literarios al barquisimetano Salvador Garmendia, quien me influenció tanto que duré un tiempo hablando como él, tal fue su poderosa ascendencia sobre mí. Él es otro de los grandes, Salvador Garmendia, el mejor prosista venezolano de la segunda mitad del siglo XX, así como Adriano González León, que era un tipo y un escritor brillante. También conocí a Uslar Pietri, que era un gran narrador, me obsequió libros suyos que conservo con orgullo, con dos obras maestras como Las lanzas coloradas y La isla de Robinson, y sus cuentos, a él no hay que subestimarlo. Sobre ellos he escrito diversos ensayos, estudios o crónicas, o les hice entrevistas.

 

En cierto modo el hombre se hace en la medida del entorno, entabla relaciones con él, ¿qué le dejó su estancia en Cataluña?

Allá en Barcelona de Cataluña me puse a escribir ensayos y a leer como un obseso, a vivir la vida de esa gran ciudad que siempre ha sido Barcelona, y que en aquella época era algo maravilloso porque a finales de los años 70 estaba empezando otra vez la democracia después de la represión del franquismo, y en ella concurrían escritores y artistas de varias latitudes, conocí allá a Moreno-Durán el novelista y ensayista colombiano, a Vladimir Herrera el poeta peruano y al gran Eduardo Galeano, a quien siempre visitaba en un pueblito llamado Calella, y nos hicimos muy amigos; él era un hombre y un escritor maravilloso y muy generoso, y fue un faro de pensamiento para todos nosotros. Allá en Barcelona leí a varios escritores catalanes como Pere Gimferrer, a quien también conocí; me hubiera gustado conocer a Carlos Barral y a Juan Goytisolo, quienes son grandes escritores de allá, y a otras escritoras formidables como Mercé Reboreda y Carme Riera. Dios mío, cuantos vinos y jamones y quesos celestiales y cuantas aventuras nocturnas en Barcelona. Con sólo acordarme de ello me provoca irme volando hasta allá, hasta las Ramblas. Por allá pasaron todos: Borges, Juan Benet, Sánchez Ferlosio. Allá conocí a Rulfo, por cierto. Allá me puse a escribir para la revista Quimera, donde hice buenos amigos como Miguel Riera, Javier García Sánchez y Moreno-Durán.

 

¿Con qué se conseguirá el lector que por primera vez se acerque a su obra literaria?

Pretendo expresar el permanente asombro del hecho de existir, que el lector se sienta convidado a un escenario donde haya diversas posibilidades de explorar el mundo, un mundo que vaya más allá de lo circunstancial. Espero haber logrado algo de eso en mi trabajo literario, porque la literatura debe acercarnos a la vida, y no alejarnos de ella.

Comentarios sobre ““La poesía es cambiante como la propia vida”: entrevista a Gabriel Jiménez Emán

  1. Laura

    Muy interesante entrevista a mi también me marco mucho la poesía de Vallejo, más me sorprendió su vida y todo lo que paso. Espero que puedan leerlo y poder admirarlo como nosotros: https://historiaperuana.pe/biografia/cesar-vallejo
    Un saludo

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