En sus 13 años de recorrido, la Fundación Editorial El perro y la rana tiene en su haber un camino propio de retos, búsquedas y encuentros. Pero es en estos últimos años cuando ha tenido la oportunidad de poder encauzar su visión hacia un objetivo vital: publicar, cada vez más, pensando en el lector juvenil. Para celebrar esta experiencia común ha reunido más de una decena de títulos, entre inéditos y reediciones, que reflejan parte de esta andanza y sus reencuentros. Entre los escogidos, en la colección Páginas Venezolanas, presentamos la publicación de Fantasmas en el metro.

Se nos pudiera ocurrir a cualquiera de nosotros preguntar a un empleado o técnico del Metro de Caracas, sobre todo entre los que laboran en el horario nocturno, si conoce alguna de las leyendas de terror que recorren los espacios de ese nuestro sistema subterráneo de transporte, desde que fue construido hace más de treinta años. Pero no se nos ocurriría, claro, querer estar allí puertas adentro, cuando ya los accesos principales se cierran para los usuarios del día. A menos que estemos previamente advertidos, con ciertos consejos prácticos, si queremos salir airosos ante la sorpresiva manifestación de un fantasma que quiere compartir su fatal experiencia de suicidio o de accidente. Bien lo dice en el epílogo el autor del libro que estamos presentando en esta ocasión: “El ambiente nocturno en las estaciones y talleres del metro está completamente enrarecido, en verdad hay una extraña energía que se puede sentir”.

Y es lo que ha hecho, no sin cierto sobresalto interior, el joven escritor Rafael Mora con este inédito acompañado de ilustraciones: compilar lo que bien podría formar parte de nuestras leyendas urbanas tradicionales. Si bien es una gracia exclusiva contar el relato, sea por experiencia propia o de otros, de alguna de estas anécdotas, también es igualmente relevante el hecho de que son esos mismos testigos relatores quienes han sabido indagar en las circunstancias de vida que están detrás de estos espíritus en pena, para así poder mantener vivos esos relatos orales. Es por eso que podemos conocer al niño duende que asusta a las mujeres con su espíritu burlón pero también furioso;los terribles episodios de la caminante misteriosa o del apurado que  pide ayuda desde el reflejo de una ventana; las escalofriantes apariciones de la niña flotante o del pasajero perdido. Fantasmas todos que, vagando tranquilos o regresando al sitio para revivir sus últimos momentos trágicos, se aparecen nítida o sutilmente por unos instantes, antes de evaporarse frente a los ojos que han tenido la mala o especial suerte de haberlos visto.

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