“No somos dueños sino de nuestra aventura”
Dionisio Aymará

Jorge Azaf era “un niño abandonado contemplando la muerte de los ángeles”, que tenía malas calificaciones y guardaba sus primeros sonetos en un baúl que solo podía revisar su tío. No fue amigo de las ciencias puras pero sí del lenguaje, que desde los ocho años comenzó a moldear para convertirlo en un tono poético propio, “me permito escribir como quiero”. La única manera para esquivar las reprimendas de su padre por su pobre desempeño en la escuela era usar un seudónimo: Dionisio Aymará.

Nació en San Cristóbal, la ciudad de la cordialidad, en 1928 “perdido entre las luces de un pueblo abandonado”, se desempeñó como abogado de profesión y poeta de oficio, fue poco conocido en el país pero aclamado en el exterior con traducciones a varios idiomas: “Siento mi voz viajando por submares de llanto y me vuelvo a mí mismo cada vez más lejano”. Aymará no perteneció a ningún grupo literario pero tenía correspondencia con poetas consagrados como Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Rafael Alberti.

Sabía que la esencia de ser poeta no era solo escribir. El poeta reclama, protesta, enuncia, las situaciones más atroces las convierte en sagradas. Mira a su alrededor y reconoce la noche, la música, la soledad porque “qué impunemente viviríamos, escribiríamos de espaldas al gran dolor de este tiempo” si el aedo se aleja del mundo.

Su primer poemario Mundo escuchado fue publicado en 1956. A partir de allí su escritura no se detuvo, “debo escribir con el pulso encendido con toda la vida si es posible”. Su obra prolífica consta de dieciocho poemarios, entre los que destacan: Clamor hacia la luz, El corazón como las nubes, Horario de vigilia, Sonatas, Aconteceres del alucinado, Viendo la noche, En última instancia, El testigo, Escrituras terrestres, Todo lo iracundo, entre otros.

Su poesía atraviesa y se detiene en la búsqueda del hombre, en el sentido de la vida y la muerte, en el amor y la protesta. El escritor e investigador Juan Liscano comenta que en “la escritura de Aymará no hay despliegues verbales ni proyecciones mágicas, ni hedonismo lírico. Se trata de una honda y dolorosa intimidad expresada a la fuerza”.

Aymará era un estudioso de la historia venezolana. Escúchanos, Libertador (1961) es un sentido poema que escribió en homenaje al Libertador Simón Bolívar donde le pide “Vuelve tu rostro, Capitán, tu noble rostro donde la eternidad y las serenas líneas de la luz se reflejan, míranos: alzamos hacia ti los brazos huérfanos, la ceniza, la sangre como una lámpara de cabellera interminable ardiendo en tu pasión de libertad y sacrificio”.

La muerte, esa “amante que espera, que no conoce el infierno de los celos porque sus ojos nunca miran en vano” vino por Aymará en noviembre de 1999. Antes de partir, dejó una muestra de su optimismo ante la vida “aún nos queda una mirada ilesa, una profunda luz entre las venas, para instalar el alba en cada sitio amado”. Aunque se quedó en silencio, seguimos escuchando los poemas de Dionisio Aymará.

Por Armaray Mijares

 

Deja un comentario