Yo creo que la poesía debe evolucionar

dentro de nosotros para que

su transformación sea pura.

Enriqueta Arvelo Larriva

Por Armaray Mijares

“Enriqueta fue Barinitas, entre monte y llano (…) alta, orgullosa, tímida, frágil y fuerte al mismo tiempo”, dijo el escritor Orlando Araujo. La poeta estuvo rodeada de la inmensidad del llano y la vastedad del piedemonte andino. Barinitas es el pueblo donde nació a finales del siglo XIX, en el que “inquieta y sumisa, me quedé en mi voz”.

Con la lectura de libros del Siglo de Oro Español y su formación autodidacta comenzó a escribir sus primeros versos motivada por su tía Atilia Larriva. El apellido Arvelo tenía poesía en la sangre. Alfredo, su hermano mayor, fue un poeta conocido. Alberto Arvelo Torrealba, su primo, es el autor del famoso poema Florentino y el diablo.

 “Me interesa más lo humano, lo vibrantemente humano”, escribió en una carta Enriqueta Arvelo Larriva al escritor Julián Padrón. Así es su poesía: humana, intimista y existencial. “El río está tibio como mi piel. Y sabe bañarme el alma”. La naturaleza que la rodea y su mundo interior están presentes en sus versos. “Háblame ahora, llano. Llegará a mi raíz tu voz sin grietas. Siento mis oídos más míos cuando escuchan tu mundo”.

“Quizás mucho de mi falta de logros se deba a que no despunto por la ambición literaria”. La poeta no encajó en ninguna corriente literaria ni siguió las reglas del canon poético, esto le permitió expresar el alma femenina, la simbología y el manejo lírico del lenguaje con el verso libre. En el silencio que rodea a la mujer de esa época, ella logra imponerse con “buena o mala, voz es lo único que tengo”.

Arvelo Larriva ya era reconocida como talentosa en la Venezuela de los años veinte pero La voz aislada, su primer poemario, que sale a la luz cuando tiene más de cincuenta años. Ganó el primer premio en el Concurso Femenino Venezolano de la Asociación Cultural Interamericana con El cristal nervioso (1941).  También salieron de su pluma Poemas de una pena (1942) y El canto del recuento (1949). Con Mandato del canto (1957) obtuvo el Premio Municipal de Poesía. Poemas perseverantes fue su último poemario (1960).

“Santica Luzardo” era su seudónimo para sus artículos culturales en El Nacional que evocaba al personaje emblemático de Doña Bárbara, la novela de Rómulo Gallegos, representando la luz y la aptitud civilizadora del hombre ilustrado. Regresando “al punto donde comienzan los caminos”, murió el 10 de diciembre de 1962 en la ciudad que adoptó como suya, Caracas.

 

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