Seguiré escribiendo hasta que la muerte nos separe”.

 Luis Darío Bernal Pinilla

 

Luis Darío Bernal Pinilla no sale sonriendo en las fotos que le toman pero es un hombre jovial, cercano, conversador. Se despoja de esa cara de seriedad cuando comienza a hablar de la escritura porque decidió “soñar profundo para comprender que el mundo es intenso antes de ser complejo”[1]. Eso era la escritura, su sueño hecho realidad.

Bernal Pinilla estudió Derecho. En la universidad se dio cuenta de cómo la carrera “se desmoronaba ante sus ojos, todavía adolescentes a pesar de sus veinte años, decenas de altisonantes nociones jurídicas, la mayoríaen latín, como si esa lengua muerta, que gozaba cuando cantaba hermosas partituras gregorianas en el Coro Universitario, fuese cómplice de tanta hipocresía, de tanta mentira”[2].

Aunque todo apuntaba a que no terminaría sus estudios, se convirtió en abogado. Sin darse cuenta se vio sumergido en despachos, juzgados y leyes. Hasta asesoró a unos trabajadores para formar un sindicato, experiencia que lo dejó gratamente satisfecho porque trabajó en pos de la igualdad y la lucha social.

Definitivamente a Luis Darío no le gustaba el Derecho. Sentía que a su vida le faltaba algo, sin mirar atrás dejó su trabajo y se dedicó a lo que realmente le apasionaba: escribir. “Sí, escritor, para poder conjurar con la libertad incontenible de las palabras ese mundo de telones grises, y escapar, montado en los caballitos alados, en los pegasos de su imaginación”.[3]

Cuando se dedicó a escribir lo hizo en serio. Narrativa, poesía, ensayo, crítica. Los géneros no lo limitaban. Su más destacada labor ha sido narrar para los más pequeños y los adolescentes. Sus libros para niños y jóvenes lo han convertido en uno de los más reconocidos escritores.

Él sabe que el público infantil y el adulto son opuestos. No hay punto de comparación. Con los niños tiene una responsabilidad especial, que llama “triple e”: estética, ética y esperanza. “Tengo que darles a los niños algo positivo entre tantos hechos negativos que suceden en el mundo y sus entornos”[4].

De esta manera dio vida a una serie de personajes infantiles que han crecido con los niños latinoamericanos: Fortunato, Catalino Bocachica, Juan Periquito, Coralito. Su bibliografía en libros infantiles es prolífica. Ha sido publicado por varias editoriales de distintos países de Hispanoamérica.

El narrador, oriundo de Bogotá (Colombia), pero de madre venezolana, también se dedica a promover la lectura. Es asesor internacional de la Cátedra de Literatura Infantil José Martí en Caracas (Venezuela), y consultor de la Unesco en el Centro Regional para el fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) en la promoción de la lectura y divulgación entre niños y jóvenes de América Latina.

Para Bernal Pinilla la promoción de lectura es importante porque “sin lectura no seremos cultos. La única manera en la que el ser humano puede ayudar a que este planeta no se deteriore y que las grandes guerras cesen, es que las personas sean cultas. Cuando alguien es culto tiene una visión distinta del mundo, por eso para mí la lectura es trascendental para países donde hay tanta violencia”.[5]

Para Luis Darío “lo peor que hay en este momento en el mundo es el egoísmo”, y sostiene que “la literatura y el arte sí pueden ayudar a cambiar eso”[6]. Por eso no descansa. Ya acumula cuarenta y siete años de trabajo literario. Aún sigue escribiendo, publicando, viajando para hacer talleres de promoción la lectura, conociendo a los niños para saber qué es lo que quieren leer. Les enseña que “hay que soñar siempre”.[7]

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[1] Bernal Pinilla, Luis Darío. El placer del desahogo. Caracas: Editorial El perro y la rana, 2006.

[2] Bernal Pinilla, Luis Darío. El delirio de los huevos del gallo. Caracas: Editorial El perro y la rana, 2012.

[3] Ibídem.

[4] Rojas, Karen. “Seguiré escribiendo hasta que la muerte nos separe”: Luis Darío Bernal. El Espectador.

[5] Ibídem.

[6] Ibídem.

[7] Bernal Pinilla, Luis Darío. El placer del desahogo. Caracas: Editorial El perro y la rana, 2006.

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