Eduardo Liendo (1941–2025) no fue solo un escritor venezolano: fue una conciencia crítica, un agudo observador de su tiempo y un artesano de la palabra que supo convertir su vida —marcada por la prisión, el exilio, la militancia, el amor y la lectura— en materia literaria. Su legado es múltiple: como novelista, cuentista, profesor, funcionario cultural y lector voraz, dejó una huella profunda en la literatura venezolana contemporánea.
De la cárcel al verbo
La vida de Liendo estuvo desde temprano marcada por la convulsión política. En los años sesenta, siendo apenas un joven idealista con fe en la utopía socialista, se unió a la lucha armada como militante del Partido Comunista de Venezuela. Fue apresado a los 20 años y permaneció encarcelado entre 1962 y 1967, una experiencia que lo transformó. En la Isla de Tacarigua, en el Cuartel San Carlos y en el fortín El Vigía de La Guaira —donde alguna vez estuvo preso Miranda—, el joven Liendo comenzó a gestar las preguntas que más tarde se traducirían en páginas: ¿Qué significa la libertad? ¿Qué es la identidad? ¿Cómo contar lo vivido?
Tras su liberación, el exilio lo llevó a Checoslovaquia y la Unión Soviética. En Moscú estudió en el Instituto de Ciencias Sociales, y en 1969 regresó a Venezuela, no ya como combatiente, sino como escritor en formación. Allí comenzaría su verdadera revolución: la del lenguaje.
La ficción como espejo crítico
En 1973, publicó su primera novela, El mago de la cara de vidrio, sátira punzante sobre el poder de la televisión en la vida moderna. El libro fue un éxito inmediato, leído por generaciones de estudiantes y considerado un clásico contemporáneo. Con esta obra, Liendo abrió una brecha para una literatura venezolana que dialogara con la realidad desde la imaginación crítica.
Dos años después, Los topos convirtió su experiencia carcelaria en materia narrativa, y consolidó su voz como narrador de la memoria y de la resistencia. A lo largo de su trayectoria, exploró múltiples géneros: la novela (Los platos del diablo, Si yo fuera Pedro Infante, Diario del enano, El round del olvido, Las kuitas del hombre mosca, El último fantasma, Contigo en la distancia y Doy por vivido todo lo soñado), el cuento (Mascarada, El cocodrilo rojo, Contraespejismo) y el ensayo (En torno al oficio de escritor).
Su escritura osciló entre la sátira, el absurdo, la nostalgia y la ironía. Supo abordar lo social y lo íntimo, el humor y la tragedia, el pasado y el porvenir. Fue también un pionero en insertar elementos fantásticos y de ciencia ficción en la narrativa venezolana, sin perder el anclaje en una realidad convulsa que conocía muy bien.
Un intelectual sin solemnidades
Liendo fue profesor universitario en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y formador en talleres de narrativa, tanto en el CELARG como en otros espacios literarios. Durante décadas trabajó en la Biblioteca Nacional de Venezuela, donde llegó a dirigir la Extensión Cultural. También fue parte del histórico taller Calicanto de Antonia Palacios y enseñó en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL) y como visiting scholar en la Universidad de Colorado.
A pesar de los premios —Premio Municipal de Literatura, Premio CONAC, orden Juan Liscano, doctorado honoris causa de la Universidad Cecilio Acosta—, Liendo mantuvo una actitud discreta, casi tímida frente al reconocimiento. Decía no tener pretensiones, salvo escribir con honestidad y seguir aprendiendo.
Un legado que permanece
La obra de Eduardo Liendo es, al mismo tiempo, retrato y testimonio, espejo y distorsión. Se atrevió a cuestionar la historia oficial, a reírse de la solemnidad, a contar lo doloroso sin perder la belleza. De El mago de la cara de vidrio a Contraespejismo, su narrativa se volvió un espacio para pensar el país desde el artificio literario, sin renunciar nunca a la crítica ni a la esperanza.
En 2008, la editorial Alfaguara inició la Biblioteca Eduardo Liendo, reafirmando el lugar central del autor en el canon literario nacional. Su obra sigue siendo leída, debatida, estudiada, no solo por su calidad estilística, sino por su capacidad de dialogar con los grandes dilemas de la sociedad venezolana: la memoria, la justicia, la utopía, el desencanto, la posibilidad del cambio.
Eduardo Liendo falleció en Caracas el 3 de julio de 2025, a los 84 años. Su voz, sin embargo, sigue resonando entre lectores que lo descubren —o lo redescubren— como lo que fue: un escritor esencial, un narrador de lo invisible, un hombre que creyó en el poder transformador de la palabra.