José Gregorio Hernández es una figura que trasciende el tiempo y las fronteras. Médico, científico, pensador y creyente profundo, su legado se mueve entre la razón y la espiritualidad. En la memoria venezolana —y en el imaginario popular latinoamericano— permanece no solo como el pionero de la medicina moderna en el país, sino también como símbolo de esperanza, solidaridad y santidad cotidiana.
Nacido en Isnotú, un pequeño caserío andino del estado Trujillo, su vida fue desde el inicio una conjunción de vocación y disciplina. Pronto destacó como estudiante brillante, lo que le valió ser enviado a Caracas para continuar su formación.
En la Universidad Central de Venezuela se graduó como médico con honores, y aunque pudo haberse quedado en la capital, prefirió volver a su tierra natal para ejercer su profesión entre los más necesitados. En una Venezuela marcada por epidemias de tuberculosis, paludismo y enfermedades infecciosas, José Gregorio eligió el camino del médico rural: ese que camina a pie, que cura con lo que tiene a mano y que escucha antes de diagnosticar.
La ciencia lo llevó a París donde accedió a los más avanzados estudios de bacteriología, anatomía patológica y fisiología experimental. Regresó a Venezuela con una misión clara: modernizar la medicina en su país. Introdujo el uso del microscopio como herramienta clínica, fundó cátedras, escribió tratados y formó generaciones de médicos.
Pero lo que realmente lo hizo inolvidable fue su manera de ejercer la medicina: con entrega absoluta, sin pedir nada a cambio, especialmente con los pobres, los marginados, los olvidados.
Hernández fue también un pensador. Su interés por los fundamentos de la existencia humana lo llevó a escribir un tratado de filosofía, lo que revela la profundidad de su pensamiento y su necesidad de buscar la verdad más allá de lo observable. Para él, la ciencia y la fe no eran opuestas, sino complementarias. Su vida fue prueba de ello.
Su religiosidad no fue una pose ni una formalidad. Dos veces intentó ingresar a la vida monástica: primero en la Cartuja de Farneta, en Italia, y luego en un seminario romano. Sin embargo, problemas de salud lo obligaron a abandonar ambos intentos. De vuelta en Caracas, entendió que su misión no era la del sacerdote ordenado, sino la del médico que evangeliza con el ejemplo.
Su muerte fue tan simbólica como su vida. El 29 de junio de 1919, fue atropellado por uno de los pocos automóviles que circulaban por Caracas. Tenía 54 años. La modernidad, esa misma que él ayudó a impulsar, le arrebataba la vida.
Su canonización, prevista para octubre de este año, no solo lo confirma como santo a los ojos de la Iglesia, sino como modelo ético y humano para creyentes y no creyentes.
Su vida y obra en palabras
El libro Elementos de filosofía, única obra publicada en vida por el propio José Gregorio Hernández, será presentado junto al título José Gregorio Hernández. Caballero de la fe, de Luis Javier Hernández,
Ambas publicaciones cobran especial relevancia al acompañar este momento histórico que convierte al médico de los pobres en el primer santo venezolano. Ofrecen una mirada profunda a su vida espiritual e intelectual, y constituyen un testimonio del impacto duradero de su pensamiento en la cultura venezolana.