Esto será lo que yo deje:

una simple leyenda de Quijote

basada en unos tiros, unas letras

y unas cuantas vainas del garrote.

Eduardo Sanoja

Por Armaray Mijares

Eduardo Sanoja nació en la Caracas postgomecista. Vio la luz, que siempre lo acompañaría, en la famosa parroquia La Candelaria. Su padre, Jesús Andrés Sanoja, le dijo a él y a sus hermanos: “Sean como el güetepereque. ¡Párense solos!”, y desde ese momento se convirtió en “el escarabajo que forma guateque”.

Sanoja, que era uno, se desdobló en varios. De pequeño sus familiares y amigos le decían “Cheche”, siendo parte de la guerrilla urbana de los años sesenta era “Jacobo” y en Cuba adoptó el nombre de Agustín Ríos. También se hacía llamar Jason Defmam, Ejota, Esece, Froilán Güetepereque y el Profesor Chancleta, para publicar artículos en periódicos y revistas. Conocer a Eduardo es como jugar a descubrir un enigma.

Desde joven le interesó escribir, tanto, que anotó sus primeros poemas en un cuaderno a los dieciséis años.  A partir de allí, nunca se separaría de las letras. Se transformó en autodidacta de la vida y las palabras. Trabajó en los diarios Últimas Noticias y El Informador de Barquisimeto. Además, fue jefe de corrección del periódico El Nacional.

Eduardo fue reconocido como investigador, difusor y practicante del juego del garrote ‒arte marcial de defensa personal venezolana‒ que había caído en desuso. Este hecho lo convirtió en el garrotero de la palabra, sobre esta tradición, “que estaba casi muerta”, publicó: Investigación del juego del garrote larense (1984), El garrote en nuestras letras (coautoría con Irene Zerpa, 1990) y Juego de palos o juego de garrote, guía bibliohemerográfica para su estudio (1996).

Para Sanoja, el juego de palos o garrote “tiene una música secreta que solo pueden oír aquellos a quienes el juego se les ha metido en la sangre”. Convirtió el patio de su casa, llamado Ninguna Parte, en el espacio para enseñar y practicar este juego. También elaboró garrotes tallados en madera vera y en uno grabó las palabras “Ad reim emoc saeson” (si quiere conocer el significado leálo al revés).

Adoptó a Barquisimeto como su segundo hogar, allí se estableció junto a su familia. Era el lugar donde recibía a amigos y conocidos, donde mostraba sus dotes de buen conversador y su sentido del humor bastante irreverente. Las paredes de su casa muestran cuadros de garroteros en plena faena, de Don Quijote de la Mancha, y destacan los numerosos libros que coleccionó a lo largo de su vida, porque “una biblioteca es una forma de descansar la memoria”.

Chireles (2011) son aforismos tan contundentes, rápidos y picantes como un ají chirel: “Antes a mis enemigos deseaba la muerte. Hoy la experiencia me dice que es mejor venganza desearles cien años de vida”. En nuestro catálogo, también de su pluma, se encuentran Filosofadurías (2006), Cuentos sucedidos (2007) y Versos del güetepereque (2016).

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Eduardo Sanoja atraviesa la sala con mucha placidez. No tiene motivos para borrar la sonrisa de su rostro. De alguna forma, todos tenemos que ver con él, con sus Chireles que nos invitan a reflexionar de las Filosofadurías de la vida, a través de los Cuentos sucedidos de la experiencia y recitando los Versos del güetepereque.

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